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Fue hace casi dos lustros, tal vez de los más fríos inviernos que
recuerdo por estas tierras españolas del Cid Campeador. Días antes había caído
una intensa nevada en la Sierra, incluso dentro de Madrid se hacía difícil
transitar, por la nieve y las heladas.
Recuerdo como, sin hacer ruido caían una a una las hojas del calendario que tenemos colgado en la cocina de casa, llegando casi sin darnos cuenta a la Navidad, con el paisaje vestido de blanco, vivíamos nevadas intermitentes; cuando tocaba bajar al pueblo lo hacíamos bien abrigados, provistos de botas, bufanda, abrigo y gorro.
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Nuestra casa es punto de reunión familiar en estas fechas, ya han llegado los papás de María, estarán con nosotros hasta pasado el Día de Reyes. Sus hermanos, cuñados y sobrinos llegan el mediodía del 24, con la casa preparada para recibirlos, la chimenea encendida, el Belén, el arbolito de Navidad iluminados, y una copa de buen vino de Ribera del Duero.
Luego de los saludos los chicos salen disparados a la terraza, donde, bien apertrechados de cubos y palas se apuran en reunir la nieve con la que empiezan a dar forma a un rechoncho muñeco de nieve, mientras nosotros reunimos los complementos que requieren.
Mientras avanzan en la divertida faena intercalaban reñidas batallas con bolas de nieve, en las que Carlos y Rodrigo apuntan estilo y experiencia ante sus primos, jeje, para algo se han pasado los últimos días practicando ni bien llegaban del colegio.
Aquellos días previos a la Navidad los recuerdo de manera especial, al ver junto con María José a los chicos, jugando en la nieve, dejando pasar el tiempo.
Jeje, pero mejor volvamos dentro, que María José, los abuelitos, Begoña y Mila alternan animada charla con la preparación de la cena. En aquella mesa del 2008 el invitado de honor fue un delicioso pavo al horno, que me hizo recordar una anécdota que ya te conté, vivida cuando niño en casa de nuestros abuelitos en Lima por estas fechas.
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El Tiempo ha pasado, a Dios gracias la tradición se mantiene, esta Navidad de 2016 ha transcurrido similar, con clásico frío invernal, esta vez la nieve ha preferido abstenerse, pero los días han sido igualmente gratos, vividos en Familia … En el salón charlando con mis cuñados, al pie de la chimenea, con buena copa de licor de hierbas gallego, bañando hielos ...
Fuera, bajo la atenta mirada de don Carlos, primo mayor, hoy con sus veinte años, melena y barba, y Rodrigo, ilustre lugarteniente con quince, los primos pequeños revientan petardos en el jardín, este año además pilotando drones, de esos que están de moda.
Al despertar por la mañana, al pie del árbol estaban los regalos que Papá Noel nos había traido. Y luego el almuerzo de Navidad, todos juntos, cochinillo al horno en esta ocasión.
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Amanece, siete y media de la mañana del 27, martes, suena ese despertador canalla que dejé programado ayer. Toca bajar a Madrid a trabajar; a ver quién me explica cómo superar el difícil trance, luego de varios días“madrugando” a las diez de la mañana, sin prisas, bajando a desayunar en pijama hasta las tantas, cuando no queda otra que vestirse de formalito, ehhh, que ya están poniendo la mesa, que va a ser hora de almorzar.
En Madrid el bullicio y los atascos habituales brillan por su ausencia, se viven esos días que transcurren después de la Navidad, y previos a la Nochevieja, en los que todo flota en el ambiente, parece como que“no pasa nada”.
Conforme bajamos de la sierra por la carretera rumbo a Madrid, conmigo de poco atento copiloto, jeje, tal vez algo medio dormido, entre tardía cabeceada y lento pestañeo me viene el recuerdo de aquellos cercanos años Ochentas, en los que, soltero y sin compromiso, nos preparábamos para la Fiesta de Año Nuevo a orilla del mar, en el Club Regatas, en Lima.
Si me permites, esta anécdota te la contaré con detalle en una próxima misiva, por favor recuérdamelo, ahora mejor volvamos al Presente, a Madrid, que ya hemos llegado a nuestro destino.
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La mañana del 27 transcurre poniendo al día gestiones, correos y llamadas, un café entre medias, salimos con el coche de un lugar a otro, intentando cerrar temas, que el viernes ya es 30, y se nos acaba el año.
Entramos de lleno en la última semana de 2016, como es tradición, buen momento para hacer tranquilo balance, en lo personal, profesional y familiar … Repaso de lo hecho, de lo no realizado, reconociendo lo bueno, lo que debemos afinar y corregir, valiosa ayuda para dar con optimismo los primeros pasos en el Camino de este nuevo Año que está ya casi ante nosotros.
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Reconozco que este fin de año es especialmente diferente, me ha removido, desde dentro. Sobre todo por nuestro hijo menor don Rodrigo, quien pide en voz alta un cambio, igual el mayor Carlos Ignacio, y María José. Ellos son lo más importante para mí, es nuestra Familia, aquella que formamos hace veintitantos años. Todos piden un cambio, Papá, vendamos la casa, volvamos ya a vivir a Madrid, a la ciudad, a pisar asfalto, allí donde está nuestro Presente, nuestros amigos … y siendo sincero yo también lo quiero.
Pues sí, si Dios quiere éste será el momento del cambio, bajar de las montañas a la ciudad, proteger todo lo conseguido, reducir dimensiones, crecer en tranquilidad, en afecto de Familia, poner aromas nuevos a nuestra vida, disfrutar más el día a día. Ellos se lo merecen, y con discreto reconocimiento, pienso que yo también.
Este es mi principal objetivo para el nuevo año, Tiempos de cambio en el Fuerte Apache, te prometo Rodrigo que retomaré fuerzas, lucharé por conseguirlo, por ti, por todos, desde el mismo momento en que tomemos las doce uvas, al compás de las campanadas del viejo reloj de la Puerta del Sol en Madrid.
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Mi buen amigo, te deseo lo mejor, que iniciemos todos con buen pie este nuevo año,
si puedes, intentemos buscar un ratito para conversar, para que me cuentes tus
objetivos, y ver si podemos ayudarnos en esas metas que cada uno nos hemos
propuesto. Intentemos compartir tranquila charla, acompañada de un café, o si
prefieres tal vez algo de picoteo y un buen vino.
Ya me dices, recibe un afectuoso abrazo,
Carlos Lozano.
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