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Con la experiencia que has atesorado estoy seguro sabes que cuando
llegamos a una ciudad, o sencillamente en la propia ciudad donde nacimos o país
donde vivimos estos tiempos actuales siempre encontraremos un barrio de aquellos,
tradicional, de toda la vida, donde se reúnen por las tardes después de la jornada
en grata tertulia amigos, algunos aprendices de escritor, otros pensadores o
simple y llanamente gente de buen hacer que nos gusta compartir en animada charla
un café, divertidas anécdotas, tal vez incluso con posterior juerga y un buen
vino. En Lima existe ese Rincón bohemio, y tiene nombre propio, es Barranco.
Nuestra infancia, “desde muy corta edad” transcurrió en este
lugar que guardo con especial nostalgia en el Baúl de los Recuerdos, Barranco,
ese antiguo pueblecito de las afueras de Lima, bañado por las aguas de Océano
Pacífico, cuyo símbolo más emblemático es tal vez su más que añejo Puente
de los Suspiros … Ese sencillo pueblecito de mar que un lejano día el progreso
de la Gran Urbe absorbió, pasando así a ser actualmente uno de los más tradicionales
barrios de la Ciudad de los Virreyes, junto con Jesús María, Magdalena del Mar,
Chorrillos y otros …
Vivíamos jeje, “según recuerdo“ desde recién nacidos,
allá por el Año Catapún en la calle Pasaje Fidelli, en la clásica casita
barranquina de dos plantas, amplio patio interior escenario de nuestros juegos infantiles y
azotea para tender la ropa, cerca de la Avenida Grau, la Bajada de Armendáriz,
el Cine Barranco y la Laguna, justito a la espalda de nuestro Colegio San Luis,
de los Hermanos Maristas …
Acompañada de una ligera sonrisa me viene al presente una
inocente anécdota de aquellos años infantiles, y antes de dejarla pasar y arriesgarme
a empujarla hacia el olvido he preferido plasmarla en esta tranquila noche de
principios de Junio, Primavera en Madrid, con ayuda de una imaginaria pluma, tintero y pergamino
antiguo …